20.5.09

El estallido.

Se sacudió el árbol y se oyó un ruido muy incómodo. Cuando estaba en plena caída llegó ella, una de aquellas mujeres que siempre tenían frío o calor o fiebre, que si no era por las hormonas era por las tareas de la casa, pasó muy apurada por abajo, y ni que hubiera Dios, que por un instante no fue aplastada por toda esa armatoste pesada. Fue tal el susto y el desconcierto que no supo entender nada y entonces siguió caminando, casi como si todo fuera igual, sólo un poquito más lejos de la muerte sencillamente porque había estado relativamente cerca.
Entonces cayó el árbol, justo detrás de sus tacones chinos, y rompió todas las flores y quebró todas las ventanas y ensordeció los oídos de las viejas que en otoño limpiaban las veredas, llenó de hojas los balcones y los halls, ensució las cabecitas de los niños escolares y se partió en dios con una elasticidad que asustaba. Así que no se necesitó mucho tiempo para que toda la cuadra estuviera destruida, hecha pedacitos de personitas y de corteza, cuántas cosas habrá tenido adentro y nadie en el barrio se daba cuenta, ni las viejas ni las mujeres menopáusicas. Quebró también la tierra, la partió en dos casi como a él mismo, un poco menos para ser considerado, y ya hundido en el pozo que él mismo se había armado, hundió su copa desgastada en lo más hondo, si acaso existía el límite de profundidad, y habiendo dado todos los pasos firmes hacia la muerte, desprendió sus raíces de las hojas secas, cortando cabezas y brazos y respiraciones, para zambullirse como en una liberación hacia el mismísimo centro de la tierra, el lugar más oscuro y confortable que pudiera crearse. Sobre todo para quien sabe que existe, y no está mirando el reloj, o preguntándose cuán tarde pueden considerarse las cuatro de la mañana, si habrá tal vez tiempo para tomar un café, uno solito, qué elemento tan insignificante frente a la inmensidad del centro, único y difícil centro, casi como las personas, no tanto como la vieja, y tal vez los niños se acercaban un poco más... Si casi, casi pudieron caerse. Justo antes de que la viejita los llamara.

11.5.09

Siempre llega la hora...

Siempre llega la hora en la que hay que decir no puedo, no tengo alas ni hago magia, estoy probablemente cerca de la muerte y ya el nacer dista bastante, el tiempo me está arrastrando a un pozo y hoy me siento infinitamente triste, algo así como si me estuviera pudriendo y nada en mí fuera de verdad, necesito que alguien me pellizque o me mate de un abrazo, que me diga que me ama sin esperar que lo ame tal vez, que explote esta burbuja de desasosiego que ya me está rozando el cuerpo, necesito, de verdad necesito, no esta estúpida fortaleza o esta simulada independencia, necesito depender hasta lo más hondo de alguien aún con los ojos cerrados, necesito la estupidez por sobre la estúpida razón, algo que me indique que ya no tengo que estar triste, que borre de mi cabeza todos los motivos, que me diga hoy es sólo un día muy pequeño entre los otros grandes días, que tenga una sonrisa honda y eterna, y quiero ser eterno para siempre yo también, y no lo que soy ahora, un pedacito de tierra en el medio de la nada, una soledad concentrada, la angustia de no entender y no querer hacerlo, el deseo profundo e insaciable de lo que está lejos, y que a cada instante, más se aleja.

4.5.09

Propiedades.

No hace falta enredarse en dudas
ni en filosofías baratas,
nosotros somos nosotros
y lo que nos pasa,
por ahí algún amor viejo
o pasajero,
o el encuentro repentino con una cara desconocida,
somos la noche y el viento,
estamos llenos de realidades adversas
y que no son nuestras,
fijate vos,
que no son nuestras,
imaginate
cuántas cosas tendremos
y ni siquiera
nos damos cuenta.